Enseñanza online: presente y futuro de la educación

Leía hace unos días una entrevista al filósofo e historiador israelí Yuval Noa Harari en la que decía: “La historia se está acelerando: el viejo libro de reglas está quedando hecho trizas y el nuevo se está escribiendo todavía. Hemos entrado en un momento muy fluido históricamente. Estamos llevando a cabo inmensos experimentos sociales con centenares de millones de personas: industrias enteras han pasado a trabajar desde casa y universidades y escuelas han pasado a la enseñanza online.”

La educación que se auguraba para un futuro que no acababa de llegar no puede esperar más porque ese futuro que creíamos lejano está ocurriendo aquí y ahora. La historia, efectivamente, se está acelerando.

Uno de los efectos que ha provocado esta pandemia ha sido el adelantar la urgencia de todos esos cambios que se llevaban reclamando desde hace mucho tiempo, pero que no se consolidaban del todo: la transformación digital, la efectiva atención a la diversidad o la innovación educativa.

Desde que se tomó la decisión de suspender la actividad educativa presencial, numerosos expertos se han mostrado preocupados sobre la necesidad de llegar a la perfecta simbiosis entre enseñanza online y equidad educativa o inclusión. Educar sin dejar a nadie atrás es hoy más difícil e importante que nunca.

Mientras que la tecnología se perfila como la única salida para mantener las escuelas abiertas en una verdadera modalidad de enseñanza online, planificada, consciente y con todos los recursos que hagan que el aprendizaje sea efectivo, para muchos niños la única alternativa es en realidad una modalidad de educación a distancia.

Y debemos ser conscientes de que, de tan distante, la educación a distancia puede llegar a ser inaccesible para algunos, entre los que se incluyen aquellos alumnos que presentan necesidades educativas especiales.

No debemos pues confundir educación a distancia con educación online. Aunque ahora la educación a distancia sea la única opción para muchos estudiantes, no debería dejar de ser más que una solución de emergencia, siendo la educación online la modalidad a la que debemos aspirar.

Como indica el profesor Mariano Fernández Enguita, existe una doble brecha digital que imposibilita que la educación online sea hoy por hoy la tónica general.

Así pues, existe, por una parte, la brecha digital que se produce en los hogares, por la falta de acceso a dispositivos y conectividad o por el tiempo de uso de estos.

Y por otra, tenemos la brecha digital que se produce en los centros educativos, por las limitaciones en las habilidades del profesorado, la disponibilidad de recursos y la adecuación de plataformas digitales de apoyo a la enseñanza.

La brecha digital escolar afecta de manera desigual a los centros educativos. Hasta hace unos meses se planteaba la conveniencia de desarrollar competencias digitales en los alumnos, pensando principalmente en el futuro y no tanto en el momento actual.

Pero la necesidad ha llegado antes de que hayamos asegurado que todos nuestros alumnos, y también nuestros docentes, contaban con esas competencias.

Según el informe titulado COVID-19 Y EDUCACIÓN: problemas, respuestas y escenarios, publicado hace unos días por la Fundación Cotec para la Innovación, la proporción de alumnos cuyos centros disponen de una plataforma online eficaz de apoyo a la enseñanza en la Comunidad de Madrid es del 50%. Todas las comunidades autónomas están lejos de la universalidad para que el traslado de la escuela al hogar se dé en condiciones de igualdad para todos.

Después del cierre de las escuelas de Nueva Orleans durante un trimestre por los efectos del huracán Katrina, el profesor Harris de la Universidad de Tulane halló que algunos niños necesitaron hasta dos años para recuperar el aprendizaje perdido.

No se trata solo de los efectos que provoca el hecho de que las escuelas estén físicamente cerradas, sino también de las consecuencias producidas por las pérdidas de empleos, los traumas emocionales, y la desorientación colectiva que se sufre después de un desastre de gran envergadura.

Como ocurrió en Nueva Orleans, Madrid está pasando ahora por una situación muy comprometida. Nuestros alumnos se enfrentan a la pérdida de seres queridos, y a la ausencia de familiares por estar hospitalizados. Se encuentran ante dificultades económicas que afectan más a unos que a otros, acompañadas por un incremento del desempleo. Y también viven momentos de duelo y traumas psicológicos o emocionales.

Esta es la realidad con la que convivimos y la que nos debería mover a buscar soluciones creativas e innovadoras que traten de minimizar el impacto que la suspensión de las clases presenciales y la situación económica y emocional que viven, tendrá en todos los alumnos y en especial en los más vulnerables.

Mientras que en España las clases se han suspendido para todos, y no sabemos aun cuando se regresará a las aulas, en otros países, como Reino Unido, se ha mantenido la actividad presencial para los niños de familias vulnerables y para los hijos de trabajadores indispensables durante la crisis.

En Dinamarca, las clases han vuelto a la actividad con medidas de distanciamiento social y de organización muy concretas. Noruega y Alemania también se plantean la vuelta a las aulas.

En algunos de estos países tratan de balancear la protección ante el riesgo de contagio por el coronavirus, lo que incluye todas las medidas que las autoridades sanitarias recomienden para ello, con la acción protectora que las escuelas tienen en la vida de muchos niños y adolescentes.

Tratan pues de mitigar el impacto negativo de la suspensión de las clases presenciales, el cual puede ser más grave que el del virus en sí. No solo el confinamiento protege, las escuelas también lo hacen.

Debemos comenzar a pensar en los posibles escenarios alternativos para la vuelta a las aulas en las próximas semanas o meses, desde educación infantil hasta bachillerato, pasando por la formación profesional y las enseñanzas artísticas.

Y debemos hacerlo teniendo en cuenta que desgraciadamente vamos a tener que aprender a convivir con el coronavirus. El objetivo es doble. Se trata de volver a las aulas minimizando los riesgos para la salud de todos y maximizando el aprendizaje de los alumnos madrileños, tratando de encontrar un punto de equilibrio entre ambos objetivos.

En realidad, no sabemos durante cuánto tiempo vamos a tener que tomar medidas que eviten los contagios, pero todo apunta a que se va a alargar durante meses. Garantizar que las escuelas siguen abiertas online, ahora, y también en una situación en la que sean posible las clases presenciales, permite plantear soluciones alternativas y rápidas.

Permite pensar, por ejemplo, en modelos mixtos que combinen las clases presenciales y las virtuales para poder garantizar así el distanciamiento social en los centros educativos.

De este modo, no todos los alumnos necesitarían estar presentes simultáneamente en las aulas. Permite incluso dejar que los que lo deseen puedan seguir exclusivamente con la enseñanza online desde sus hogares.

Se podría facilitar la vuelta a las aulas antes a los que les es más urgente, como ocurre en el Reino Unido. O a los que, por edad, como es el caso de los alumnos de educación infantil, o por otras dificultades, les es más difícil acceder a la enseñanza online.

No debemos olvidar que la presencia física de los niños en las aulas es crucial no solo por el efecto compensador de desigualdades, sino también porque resulta imprescindible para aquellas familias que necesitan conciliar la vida laboral y la familiar.

(Este post es un extracto de mi intervención en la comisión de Educación del 27 de abril de 2020).

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