Tal vez sea cosa mía, a lo mejor estoy muy sensible con el tema, pero me parece que últimamente se habla mucho de lo malo que es sobreproteger, y muy poco de lo malo que es descuidar y no ofrecer la protección necesaria a los niños. Cuando los padres nos encontramos con que se nos trata de etiquetar, de clasificar, con apelativos como el de “padres helicóptero”, que es el más utilizado, o el de “bulldozers” o “tigres” a la par que se clasifica a los niños como “tazas de té”, “tostadas”, “tortugas” y “tiranos”, nada más y nada menos, bajo un titular que reza ¿Usted qué tipo de padre es? dudo que este tipo de mensajes haga algún bien a los niños.
Estoy de acuerdo en que la protección extrema, por llamarla de alguna manera, es perniciosa, pero este tipo de etiquetas, esta crítica abierta a la paternidad y maternidad, intentando clasificar a todos los progenitores en uno de esos tipos, produce en la sociedad una visión negativa hacia la protección de la infancia. Aunque vaya el prefijo “sobre” delante del verbo ”proteger”, a la postre parece que proteger de por sí sea negativo. Creo que estas etiquetas, y el uso de la palabra sobreproteger, no deja en buen lugar a los padres, que encontramos en estas clasificaciones un nuevo sentimiento de culpabilidad, de estar haciendo mal las cosas, de ser los culpables de que la NASA se vaya a ir al garete en la próxima década; es culpa nuestra y solo nuestra que la humanidad esté entrando en una crisis de creatividad. Parece que todo lo hacemos mal, que somos el origen de todos los males de la sociedad. Y para colmo ya se habla de niñofobia. Culpa nuestra también, seguro, hemos malcriado a nuestros hijos y por eso ya nadie los soporta.
Los “niñófobos” no toleran que un niño juegue al balón cerca de ellos, que hable alto, que llore en el tren, que coma en la mesa de al lado. No aceptan que los niños sean niños. Y eso es justo lo que hacen los padres sobreprotectores: no dejan que sus hijos pequeños tengan niñez, no sé si por elección propia o por presión social. Ahora a los peques se les enchufa una tablet mientras comen en un restaurante, para que no molesten, algo que algunos ven con alegría, puesto que así los niños parece que no estuvieran. Otros sin embargo, critican a los padres por tener al niño hipnotizado, o idiotizado, según se vea, en vez de estar manteniendo una conversación con él.
Estamos en una sociedad donde no se tolera a los pequeños, y cuando un padre quiere que su hijo sea un niño libre, que pueda jugar solo, sin control de los adultos, que se suba a lo alto de un tobogán o de un árbol, lo más común es que otros adultos, incluso otros padres lo miren mal por no regañar al pequeño, por permitirle hacer cosas “peligrosas” o molestas, cosas al fin y al cabo, de niños.
Lo peor de todo esto es que es una epidemia generalizada, en muchos colegios se prohíbe a los niños jugar a la comba, o hacer volteretas en la tiempo del recreo, no vayan a hacerse daño, perpetuando la obsesión por la seguridad de los más pequeños, o nuestra desgana de afrontar la responsabilidad de actuar si ocurre un accidente. Algunos piensan que es por temor a que los padres les pongan una demanda, de todo puede haber, sin lugar a dudas, pero al final los perjudicados son, en términos generales, los niños. Difícil situación desde luego, pero ¿cómo se puede explicar este temor a que los padres demanden al colegio si un niño se rompe un brazo haciendo el pino y sin embargo no se haga nada después de que una madre alerte de una situación de acoso escolar, que puede acabar de una manera mucho más trágica? ¿Qué nos preocupa realmente? No lo sé, pero no parece que nos preocupen mucho los protagonistas de este dilema: los niños.
Creo que nos iría mejor si se dejara de emplear el término sobreproteger, creo que no hemos sabido traducir el término sajón “overparenting” adecuadamente. Para mí el término induce a error, no es sobreprotección, es negación de la infancia, los niños no están protegidos, están continuamente controlados y se les ha negado el derecho a disfrutar de su niñez. Justamente por eso preferiría que se escribieran más artículos en los términos que lo hizo el psicólogo Luis Muiño en la revista MG Magazine, alertando de lo negativo que es no dejar a los niños vivir a su ritmo, de no permitirles vivir sus vidas de niños, empujándoles a actuar como adultos en miniatura, tratando de que se comporten como nosotros desde edades tempranas: competitivos, grises y carentes de imaginación. Como dice Muiño, es el fin de la infancia protegida, no hay protección, se está negando a los pequeños la necesidad de vivir una etapa de su vida. Así de simple.
¿Y todo esto para qué? Para encontrar la palabra perfecta, la respuesta perfecta al padre o madre que alerta de que a su hijo le están acosando en el colegio, o que está estresado por tanta exigencia escolar, por tantos exámenes y deberes, para tener un apelativo con el que etiquetar a esos padres: sobreprotectores. Si cuentas que tu hijo llora todos los días porque viene del colegio agobiado, y que duerme mal, que al día siguiente no se quiere levantar y pone excusas para ir a clase, es probable que no te ayuden, sino que te acusen de sobreproteger a tu hijo. Sé duro con él, exígele mucho, que sea valiente, que sea un hombre.
Qué no señores, que ser sobreprotector no es eso. Que nos estamos equivocando. Que el “overparenting” no consiste en reclamar que los niños sean felices, sino en actuar con un tremendo control para que los niños cumplan con las expectativas de los padres, siendo perfectos, aburridos, sin molestar a nadie.
Dejadnos proteger a nuestros hijos, no para que sean adultos ahora, sino para que lo sean cuando llegue el momento, para que entonces sean responsables, creativos, imaginativos, capaces, empáticos, emprendedores y sobre todo felices. Por favor, dejemos de etiquetar a niños y padres, de generar sentimientos de culpabilidad, y protejamos la infancia. No pongamos a los niños en urnas de cristal, ni les tratemos con desprecio, con indiferencia, con exigencia extrema. Respetemos su necesidad de movimiento, su libertad de expresión, su velocidad, sea lenta o rápida, su alegría, su tristeza, su cariño, su impulsividad, su creatividad, su espontaneidad, su sinceridad, su frustración, sus enojos y sus enfados.
Qué ironía, que contradicción, la misma sociedad que ha repudiado a sus niños, que ha permitido que en muchas plazas ya no puedan jugar al balón, que ha creado parques infantiles seguros, sí, pero aburridos, culpa ahora a los padres de no permitir a sus hijos caerse de un árbol, de controlarlos en exceso y de no permitirles equivocarse. Y cuando un padre comete un descuido, se producen auténticos escarnios, como el que tuvieron que vivir los padres del niño que se metió en el foso del gorila Harambe en el zoo de Cincinnati. Después de que algo así suceda ¿Qué esperamos que ocurra? ¿Se puede permitir un padre cometer un fallo después de algo así? No sé cuándo proteger a los niños se convirtió en una mala práctica, no sé cuándo empezamos a decir que los padres excesivamente controladores y exigentes estaban sobreprotegiendo a sus hijos, porque no lo hacen, los alienan. Pero lo que tenemos que hacer es predicar con el ejemplo, para que los niños vuelvan a campar a sus anchas, a jugar en las calles, tenemos que dejar de verlos como criaturas tediosas, tenemos que ser tolerantes con sus actos, con sus ruidos, sus juegos, sus meteduras de pata, ser respetuosos con ellos, tratarlos como niños, como personas con derechos, pero no como adultos. ¿Quién da el primer paso?
Mientras tanto, para que no olvidemos protegerlos también en el mundo digital, os dejo unos cuantos enlaces:
https://blogluengo.blogspot.com.es/
https://kidsandteensonline.com/
http://www.pantallasamigas.net/
http://www.protecciononline.com/
Gracias por leernos
Eva Bailén